Dicen que los dos ladrones encapuchados irrumpieron y cerraron la puerta del negocio. José estaba trabajando en su computadora, como el resto de sus 40 compañeros y compañeras, en márquetin por Internet.
―¡Todos al suelo, este es un asalto, hijos de su…! ―gritó uno de los asaltantes, al tiempo en que sacaban sendas pistolas.
Todos obedecieron dejando sus pertenencias sobre los escritorios. Los bandidos comenzaron a meter las pertenencias en una mochila, brincando a las víctimas mientras caminaban entre las mesas.
Sin embargo, uno de los muchachos se armó de valor, se levantó y le dio un moquetazo a uno de los malhechores. Al momento del golpe en la cara, el ladrón soltó el arma. Los demás compañeros también se levantaron sin darle tiempo al otro de disparar. También la otra pistola se deslizó en el piso.
Los trabajadores no tocaron las armas, en cambio buscaron lazo o cables para amarrarlos.
José vivió el momento como una película, dice, pues pensó en su familia y en la buena idea de no haber llevado a una de sus hijas, de tres años, al trabajo, como tenía pensado.
―No sé si las pistolas eran de juguete, porque en medio del alboroto se escuchó un ruido como un disparo o no sé si fue una cachetada que le dieron al malandrín ―relata.
Hubo varios jóvenes golpeados en el forcejeo.
Los ladrones, uno más joven que el otro, fueron entregados a la policía y la motocicleta en la que huirían quedó asegurada en el lugar. Se presume que había un tercer delincuente, porque la mochila con las pertenencias no aparece, dice.
José tenía 15 mil pesos en su cartera (manejan dinero efectivo y electrónico) y no sabe dónde quedaron. La mica de su celular quedó hecha trizas.