Miguel Ballinas | ORIGEN | #Columna

Para darle paso a una nueva forma, real o auténtica, de participación ciudadana, el PRI debe morir, política y electoralmente hablando.

Lo malo es que no quieren y no saben cómo darle sepultura: ¿refundarse?, ¿cambiarse el nombre?, ¿PRI-Mor?, ¿autodefinirse en otros “documentos básicos”?. Esa ruta es la que no hayan. Esa brújula es la que se les perdió.

No se puede tener a un partido de oposición manejado por un líder que no convoca y que no representa al priismo humillado, derrotado, de la última elección.

La reserva moral del PRI –su sufrida, abnegada y martirizada– militancia ya no quiere nada con el priismo actual.

Tras la elección 2018, sólo quedó un partido de antiguos símbolos que representaron los primeros instrumentos de política tras la Revolución Mexicana, de algún chispazo electoral más atribuible a su aliado más reciente, el Verde.

Hoy no hay nada. No queda nada. Tal vez tristes recuerdos. Quizás la rebatinga por los 18 millones de pesos de las prerrogativas 2019 que disfrazan de discusión interna, pero que ni para eso quedaron ganas.

Es tal el desánimo, la decepción, que querer renovar las dirigencias municipales con los mismos métodos amañados, es insultar al elector, al militante y a lo que –nos guste o no– representa el PRI en Chiapas y en México.

Por eso, ese PRI, el de Julián Nazar Morales, que no entendió –ni entenderá– el mensaje de julio pasado, que demuestra no tener ni la más mínima idea de lo que le escribió el votante en el recuadro que le correspondía al Tricolor en la boleta, debe morir.

Quitarse el estigma de ser el partido que institucionalizó la corrupción, va a ser difícil, tarea de mucho tiempo para adelante, que deben comenzar hoy, si realmente quieren hacerlo.

Para ello se necesita un profundo carácter transformador, una “verdad como estandarte”: como son hoy en día, más todo lo que representan, son inviables, impresentables en el contexto de la nueva República que construye Morena.

Incluso muchos priistas lo saben, lo dicen en murmullos, esbozan trazos, pero no se atreven a dar el paso en la “comunicación cerrada” que implanta Rutilio Escandón Cadenas, el gran tótem político por antonomasia, a quienes muchos, no terminan de descifrar.