En los lugares más recónditos de la selva y la montaña chiapaneca se gesta un movimiento independentista que podría ver la luz en 2021, cuando se cumplan 200 años de que aquel estado del sureste mexicano declaró su primera independencia del Imperio Español.


No se trata de un acto conmemorativo, es un movimiento político, social, religioso y, posiblemente, armado que busca materializar una premonición de sus antepasados para separar a su estado de la República Mexicana.
De acuerdo con reportes de inteligencia con los que cuentan las Fuerzas Armadas, el Centro Nacional de Inteligencia y el Senado de la República, zapatistas de nueva generación y líderes religiosos adoctrinan y entrenan a grupos de indígenas.


Lo que dicen esos documentos, que han visto algunos legisladores, es que no es sólo de una extensión del EZLN sino grupos religiosos que se han sumado a todo el movimiento porque, si en 1994 sufrían de rezagos en sus comunidades, hoy están en total abandono.


Aprovecharán el bicentenario de su “independencia” para ejecutar el movimiento separatista mediante actos políticos y armados porque hoy, a 26 años del levantamiento de los zapatistas, cuentan con mejor preparación bélica y más adeptos en términos ideológicos.


Tan sólo la base de EZLN se calcula en 40 mil efectivos repartidos en toda la entidad, sumados a los seguidores de grupos religiosos, principalmente católicos adoctrinados bajo la teología de la liberación.


El coctel de hoy, advierten los legisladores, es más potente que el de 1994.
Existe una generación de “militantes zapatistas” que nació con el movimiento armado y no conocen otro modus vivendi, aunado esto a las células de sacerdotes y frailes que se han repartido por todo el estado predicando con una visión subversiva.


Como se sabe, Chiapas, por su abandono ancestral, ha sido caldo de cultivo para grupos religiosos de todas las tendencias, incluso la mayor comunidad de nuevos “musulmanes” se encuentra ahí, pero la religión católica, con todo y que ha perdido adeptos, ha logrado mantenerse, pero con una visión distinta. Con la llegada del obispo Samuel Ruiz a la diócesis de San Cristóbal, en 1959, se instauró la teología de la liberación.


El estado se convirtió en terreno fértil para esa misión evangelizadora debido a las condiciones de abandono por parte del gobierno y de la Iglesia, su extrema pobreza, marginación, racismo, injusticia y falta de democracia.
Tras la muerte de Samuel Ruiz, en 2011, el movimiento creció y hoy tiene una fuerza tal que, junto con los zapatistas, preparan el nuevo movimiento independentista que, pretenden, vea la luz el próximo año.


Los gobiernos lo saben. De lo que no hay certeza es si están haciendo algo para evitarlo. Aunque no hay mucho que investigar, senadores y diputados de aquel estado, saben que nadie ha movido un dedo para detener la gestación de un movimiento de proporciones mayores al del 94.


Alfredo González Castro / A fuego lento / El Heraldo de México

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